El primer paso es aprender a desidentificarnos de nuestros pensamientos.
Ellos pueden opinar, imaginar, dramatizar… pero yo no soy ellos.
Yo soy la observadora de mis pensamientos.
No los juzgo, no los resisto, no los rechazo.
Los observo como un testigo imparcial.
Simplemente reconozco que están ahí.
Los dejo pasar cómo si fueran nubes y yo una montaña firme y segura.